San Agustín nació en Tagaste (África) el año 354; después de una juventud desviada doctrinal y moralmente, a la edad de 30 años se convirtió al cristianismo estando en Milán, y el año 387 fue bautizado por el obispo San Ambrosio. De ello habla largamente en sus Confesiones, obra que hace las delicias de “las gentes ansiosas de conocer las vidas ajenas, pero poco solícitas de enmendar la propia”, y que no fue escrita para satisfacer esa curiosidad malsana, sino para mostrar la misericordia de que Dios había usado con un pecador. Las Confesiones, escritas hacia el año 400, no son un reconocimiento o una declaratoria, sino la alabanza de un alma que admira completa y absolutamente la obra de Dios. De todos los trabajos del llamado santo doctor de la iglesia Católica, ninguno ha sido más leído y admirado universalmente, y ninguno ha provocado tantas lágrimas curativas como éste. Esta selección contiene la sustancia de la obra con la que San Agustín logró un análisis penetrante respecto a las más complejas impresiones del alma, a la sensación comunicativa, a la elevación del sentimiento y a la profundidad de sus visiones filosóficas.
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