Cuando se habla de las características inconfundibles del humor inglés, se habla concretamente del londinense Gilbert Keith Chesterton, porque toda su obra lleva este sello de identidad. Y como una evidente muestra de ello, es la colección de relatos El club de los negocios raros. En ellos encontramos la búsqueda de lo singular, lo que no puede repetirse de ninguna forma porque se trata, indudablemente, de historias que solo pueden ser posibles en un mundo permeado por la excéntrica flema inglesa. Imaginemos que una noche, con todo listo para ir a esa fiesta a la que fuimos invitados y no queremos perderla por ningún motivo, recibimos de forma inesperada a un emisario que nos lleva una noticia terrible, tanto, que no puede explicarla de una sola vez. Así vamos tratando de entender al personaje que se afana en enredarnos, en decirnos razones que no comprendemos, en gastar nuestro tiempo sin que nosotros nos demos cuenta. Y no es esto producto del azar o la mala ventura. Es, como podrá descubrirlo el avezado lector, un entramado finamente preconcebido por un negocio, uno tan extraño al que no podremos darle crédito, pese a la infalibilidad de sus servicios. Y las reglas de este club que reúne a tan estrambóticos empresarios, se condensan en una: solo se puede ser miembro cuando el sustento del hombre de negocios dependa, exclusivamente, de los ingresos que le reporte esta rara actividad.
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