La Francmasonería es un cuerpo construido por la experiencia. Cada piedra es un paso más debido a la evolución de la inteligencia. Los altares de la Francmasonería están adornados con joyas de miles de años; sus rituales resuenan con palabras que provienen de ilustres profetas y de sabios esclarecidos. Innumerables religiones han aportado sus dones de sabiduría hasta su altar. Muchísimas artes y ciencias han contribuido a enriquecer su simbolismo. Es más que una fe; es un camino de certidumbre. Es más que una creencia; es un hecho. La Francmasonería es una universidad en la que se enseñan las artes liberales y las ciencias del alma a todo el que escucha e interpreta sus veladas enseñanzas. Es una sombra de la gran Escuela Atlántida de Misterios, que existía esplendorosa en la antigua Ciudad de las Puertas de Oro, ahora cubierta por las turbulentas aguas del Atlántico. Sus cátedras son asientos de sabiduría; sus columnas sostienen el arco de la educación universal, no sólo en cuanto a cosas materiales, sino también a las cualidades que constituyen el espíritu. En sus tableros se hallan inscritas las sagradas verdades de todas las religiones y de todos los pueblos, y los que saben comprender pueden gozar, gracias a la trascendencia de sus planteamientos, de la gran Realidad. La Francmasonería es, en verdad, aquello, largo tiempo perdido, en cuya busca se atormentaron los hombres a través de las edades. La Francmasonería es el común denominador y también el común divisor de la aspiración humana.
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