Ciudad doliente de Dios, de Adriana Díaz Enciso es una novela extensa sobre el ciclo de la resurrección una mujer y de un país, que al mismo tiempo intenta mostrar mucha de la cosmogonía de William Blake. Poeta quien fue un grandioso artista, un falso profeta y, según Borges, uno de los escritores más extraños de toda la historia de la literatura. Díaz Enciso le rinde un gran homenaje, con muchas reminiscencias de las novelas clásicas inglesas.
«¿Lo soñé, amada, o estuvimos tú y yo a las puertas de la ciudad mientras el universo se desplomaba, tratando en vano de recoger la sangre de los inocentes y purificarla, aunque fuera sólo con nuestro llanto?» Cristina, una niña a quien sus padres dejan en un convento que acoge huérfanos, desde muy pequeña da muestras de que está llamada a un destino superior, pues tiene visiones místicas. Luego de sufrir una fiebre casi letal, despierta del delirio con un lenguaje desarrollado y preciso, con conocimientos ajenos a sus años. Desde entonces sabe que le corresponde encontrar una ciudad donde será posible abolir el imperio de la muerte, donde habrán de imperar el arte y el conocimiento, donde el amor, el perdón, la piedad y la belleza redimirán todo el inútil sufrimiento del hombre. La espera una larga ruta donde, en su búsqueda, verá una ciudad consumida, ensangrentada, derrumbándose, los habitantes en agonía y, entre todo esto, un jinete que a su paso difumina el horror para dejar en su lugar un mundo plácido después de la destrucción. En esta novela, la voz narrativa de Adriana Díaz Enciso es al mismo tiempo sutil y poderosa. Como la fe.
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