Este ensayo analiza las implicaciones filosóficas y morales de la física cuántica. Con una soltura poco habitual, Fernando Díez demuestra cómo de la nueva ciencia se desprende una Trascendencia.
Dado que el modelo cuántico incluye al observador como condicionante de la realidad, la investigación científica pasa a centrarse en el investigador, dando así validez científica a la búsqueda interior.
Este es precisamente el paso que dieron los antiguos filósofos místicos de la India hace ya más de veinticinco siglos, cuando intuyeron la insubstancialidad de la materia, su carácter aparente, y centraron todo el interés de su investigación en el observador como guardián de todos los secretos.
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