Todo empezó cuando Frank Bender, estudiante de arte, entró en una sala de autopsias y, al ver el cadáver de una mujer con tres balazos en el cráneo, sintió que sería capaz de dibujar su rostro tal como era antes. De ahí pasó a convertirse en una valiosa ayuda para investigadores forenses y departamentos de policía. La policía del estado de Chihuahua, en México, le encargó la reconstrucción del rostro de cinco víctimas de los célebres feminicidios de Ciudad Juárez. Encerrado en un hotel en opresivas condiciones de seguridad, Bender empezó a forjar su propia teoría sobre los asesinatos.
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