Hace seis años, en un restaurante cualquiera, conocí a un extraño y se convirtió en el hombre que se marchó o, más bien, en el hombre que nunca volvió a dar señales de vida. Un pequeño consejo: si no has salido, tocado ni besado a alguien en años, no intentes alejarte a rastras ni esconderte del que se marchó. William Carter, el extraño que conocí hace seis años, era la última persona que imaginaría encontrar en la empresa de mi padre, donde trabajo. Mientras entro en pánico, lucho contra el nudo en mi estómago y me esfuerzo demasiado por actuar con normalidad, me doy cuenta de que ni siquiera me recuerda. No estoy segura de si debería sentirme aliviada o desconsolada. Todo empeora cuando me entero de que tendremos que trabajar juntos en un espacio reducido, muy cerca el uno del otro, pero al menos le hago saber que ya no siento nada por él. Por si se había hecho ilusiones. Mientras tanto, escribo listas y hago cambios importantes en mi vida, porque sé que estoy preparada para ser la heroína de mi propia historia. Sin embargo, tener a William a un suspiro de distancia no ayuda, sobre todo cuando las cosas cambian entre nosotros y empezamos a cruzar las miradas en las reuniones. Luego aparece en los lugares que menos esperaba? como en mis citas a ciegas o en los clubs de sexo. También me regala queso porque sabe lo mucho que me gusta y me deja notas secretas en mi oficina. Si te lo estás preguntando, sigo sin sentir nada por él. Nada en absoluto.
Aunque me había prometido a mí misma que nunca pospondría mi propia vida por quedarme esperando a otro chico, temo que William Carter, que me mira como si fuera suya y siempre lo hubiera sido, pueda arruinar mis planes esperanzadores. Y probablemente mis planes con cualquier otro chico, ya que anhelo sus caricias como nunca antes había anhelado algo en la vida. Pero ambos sabemos que somos una causa perdida, así que seguimos admitiendo que ninguno de nosotros está enamorado del otro. Ya no. Para nada. Ni siquiera un poco.
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