«De una obscenidad asquerosa», fue la respuesta que le dio un reputado editor a Linda Rosenkrantz cuando se negó a publicarle este libro, que al final vio la luz en 1968. ¿Qué provocó ese airado comentario? Sin duda que La charla es, tal como señala Stephen Koch en su pórtico a esta edición, «una novela reality».
La propuesta de Linda Rosenkrantz es tan simple como osada. Tres amigos pasan el verano de 1965 en la playa de East Hampton. Y hablan. Con franqueza y sobre todo lo imaginable. ¿Cómo plasmar esas conversaciones sin que pierdan la vivacidad al trasladarlas a la página? Muy sencillo: la autora las registró con una grabadora y las reprodujo tal cual. Con un único matiz: el original ocupaba 1.500 páginas, y en él intervenían veinticinco personas, así que redujo la extensión y los personajes. Quedaron tres: Marsha, que tiene un buen trabajo en Nueva York; Emily, su confidente y amiga, actriz, dipsómana y desinhibida; y Vincent, pintor homosexual, talentoso y analítico, por el que Marsha siente un amor no consumado.
Estamos en los años sesenta, y la novela capta de un modo documental esa época de cambios revolucionarios. El trío habla de sexo —promiscuidad, ménages à trois, masturbación, sadomasoquismo...—, de drogas —una experiencia con el LSD—, de cultura —se mezclan sin complejos Fitzgerald, Proust, Durrell, Ginsberg, Dylan...—, de psicoanálisis y del mundillo artístico en el que los tres se mueven, la Nueva York de Warhol, Sontag, el expresionismo abstracto, las fiestas interminables...
¿Y por qué rescatar este libro ahora? Ante todo porque sigue plenamente vivo, con sus ágiles diálogos que mezclan reflexión, hilaridad, lubricidad, dudas y contradicciones; en segundo lugar porque es el valioso testimonio de una época convulsa; y también por ser un audaz experimento de literatura de lo real, cuya influencia puede rastrearse hoy en series como Girls, de Lena Dunham, o en el humor deslenguado —¿de una obscenidad asquerosa?— de Amy Schumer. La charla es la vida misma, con toda su crudeza, impudor y paradojas. Y casi cincuenta años después sigue tan fresca y provocadora como el primer día.
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