El cerco de la iglesia de la Santa Salvación es la novela que catapultó a su autor, Goran Petrovic, a la palestra de las letras serbias. Este verdadero rascacielos narrativo se construye sobre tres ejes: el asedio al monasterio de Žica, sede de la autoridad espiritual serbia; la toma de Constantinopla por los cruzados, en contubernio con el dux veneciano Enrico Dandolo; y la vida de Bogdan, un joven concebido en un sueno del siglo XIII pero nacido en pleno siglo XX. Lo que los une es, sin embargo, la búsqueda y el encuentro de una pluma de ángel con propiedades mágicas, en la que parece haber quedado cifrada la historia del antiguo reino de Raška.
Magia es precisamente lo que abunda en esta novela, en las historias que relata: un monasterio que se eleva a los cielos a partir de la oración y desde ahí ofrece resistencia, con similares medios milagrosos, a sus invasores; ventanas cuyas vistas entretejen presente, pasado y futuro; frescos cuyos personajes y escenas cobran vida en cualquier instante; sueños milenarios a través de los cuales se puede transitar en diversas dimensiones temporales y establecer relaciones con personas de otros siglos, en otros espacios; pájaros, y más pájaros, que amablemente ceden sus plumas para escribir todo tipo de historias; abejas que resguardan las palabras; monjes que viven en la quietud de las nubes; ejércitos que atacan con seres y medios sobrenaturales; cruentos y ambiciosos guerreros, capaces de destruir toda belleza bajo el amparo
de la ambición y las fuerzas del mal; ladrones y comerciantes de tiempo, de historias, de sueños, de vida…
A partir de situaciones y personajes aparentemente inconcebibles, Petrovic arroja una conmovedora y a la vez aterradora imagen de aquello que se perdió
en el camino, a causa de la traición del hombre a sí mismo: la fe, los suenos, la esperanza, los principios, la magia. Pérdida que el autor logra resarcir con su propia escritura, mediante el uso del lenguaje en su máxima expresión.
Pareciera que, al igual que las abejas del monasterio, fuese un tesorero de las palabras, y que, como a Bogdan, las aves le hubieran regalado las plumas adecuadas para plasmar sus maravillosas historias, y poder configurar con ellas un código incapaz de ser descifrado por el mal. Como lo hicieran los antiguos serbios ante el asalto búlgaro y rumano, con su literatura, Petrovic nos conduce a las alturas para defendernos del asedio de la cotidianidad y todos sus sinsabores, para recordarnos que, todavía, otros mundos son posibles.
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