Cuando hablamos de París, siempre pensamos en "Rayuela" de Cortázar o en la foto cliché con la Torre Eiffel de fondo y una caminata por los Campos Elíseos; pero como cualquier otra ciudad del mundo, existe una doble cara de la moneda. Están los suburbios marginales que ningún turista visita, forjados con el pasar de los años duros y ahora ocupados casi en su totalidad por inmigrantes de las antiguas colonias francesas.
Jean Rolin pasea por la zona delimitada por el Boulevard General Ney y la calle Cloture, metiéndose hasta lo más profundo de uno de los suburbios marginales parisinos, a la vez que nos cuenta la historia del General Ney, personaje de distintos crisoles, que alguna vez fue mano derecha de Napoleón Bonaparte pero terminó conspirando contra él. El General Ney comparte el mismo infortunio que los habitantes que hoy en día viven en el distrito que lleva su nombre: al igual que ellos tuvo una infancia de carencias y después de mucho luchar terminó siendo considerado como traidor.
Rolin es alguien que ha tenido que convivir cara a cara con la pobreza desde su infancia. Fue educado en el Congo, cosa que lo sensibilizó con la tragedia ajena. De vuelta a tierras parisinas, Rolin se ha dedicado a escribir las historias de los marginales, de inmigrantes africanos que vagan por París sin poder conseguir un trabajo, obligados muchos de ellos a tener que delinquir. Otro de los casos que más llama la atención de Rolin es la prostitución, fenómeno que aumentó con la llegada de chicas provenientes de la Europa del Este, que compiten con prostitutas africanas, llevándolas a tener que hacer las peores cosas con tal de conseguir dinero para sus drogas.
París seguirá siendo la capital de la moda, pero Rolin nos demuestra que, en medio de tanto glamour, siguen existiendo historias de gente común y corriente que viven con la misma esperanza que el General Ney: triunfar en la vida.
Reseña escrita por Alejandro Díaz, El Péndulo Condesa
Al recorrer la zona de París delimitada por el bulevar Ney y la calle Clôture, Jean Rolin se embarca en un doble proyecto: por un lado, rememorar la figura del excéntrico mariscal napoleónico Michel Ney –figura clave para comprender la batalla de Waterloo– y, al mismo tiempo, narrar su propia campaña entre olvidados barrios marginales del París contemporáneo. El mariscal Ney aparece como una mezcla de héroe y personaje abyecto, que lo mismo salva a su ejército de una derrota que conspira contra el Emperador, hasta que finalmente es fusilado por traición el 7 de diciembre de 1815, a las nueve de la mañana. En cambio, la población de prostitutas, inmigrantes refugiados y vagabundos que pueblan este gueto parisino están condenados desde el comienzo a deambular por sus calles buscando formas de sobrevivir.
Con las andanzas de Ney como trasfondo, Rolin narra el asesinato de una prostituta búlgara, que conmociona a la sociedad al grado de que los medios se refieren a ella por su nombre de pila; conoce a personajes como Gérard Cerbère, que vive en una caravana luego de haber sido echado de cuarenta empleos y que fantasea con ser tan indestructible como el mismo diablo; conoce el caso de Lito, un ex soldado de Zaire perseguido en su país por negarse a continuar extinguiendo cadáveres para entorpecer investigaciones de la comunidad internacional.
Así como el pintor Jean-Léon Gérôme inmortalizó el fusilamiento del mariscal Ney en un cuadro titulado con la fecha y hora de su ejecución, Rolin plasma con palabras la condena cotidiana de los excluidos, que se ven obligados a cumplirla sin juicio previo ni causa aparente.
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