Quien haya leído las historias de Salinger en la revista semanal estadounidense The New Yorker, en especial A Perfect Day for Bananafish, Uncle Wiggily in Connecticut, The Laughing Man, y For Esme--With Love and Squalor, no se sorprenserán por el hecho de que su primera novela esté llena de niños.
El héroe-narrador de The Catcher In The Rye es un viejo niño de 16 años, un nativo de Nueva York llamado Holden Caulfield. A través de circunstancias que preludian la adultez, en una descripción indirecta, abandona su escuela preparatoria en Pennsylvania y permanece escondido en New York durante tres días.
El niño es, a la vez, demasiado simple y excesivamente complejo para que nosotros forjemos una opinión definitiva sobre él o su historia. Quizá lo más prudente que podemos decir sobre Holden es que nació no sólo fuertemente atraído a la belleza, sino casi atravesado por ella.
Hay muchas voces en esta novela: de niños, de adultos, y voces clandestinas --pero la de Holden es la más elocuente de todas. Trasciende su forma particular de expresarse, y a la vez se mantiene maravillosamente fiel a ella, profiriendo así un grito perfectamente articulado que mezcla placer y dolor. Sin embargo, a la manera de los mejores amantes, payasos y poetas, mantiene mucho del dolor para sí mismo. El placer que regala, o deja a un lado con todo su corazón, se encuentra ahí para el lector que pueda guardarlo.
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