En un día de octubre de 1749, Jean-Jacques Rousseau, el filósofo proscrito, emprende a pie el viaje que le conducirá al castillo-prisión de Vincennes, donde en aquel momento está encarcelado su amigo Denis Diderot, creador de la Enciclopedia. En el camino, algo ocurre de pronto, un hecho insignificante y anodino, que, no obstante, dejará en él una huella indeleble y de consecuencias imprevisibles. Es como una iluminación, la revelación de una verdad oculta, u olvidada, entre los sentimientos y la razón. El caso es que, cuando, al anochecer, después de conversar con su amigo, vuelve a la ciudad, ya no es el mismo. Se ha hecho de repente como más viejo, pero también más sabio. Muchos creen que todo lo que sucede y nos afecta está escrito en algún lugar, pero, como le diría a Rousseau el ilustrado Diderot, sólo el azar es portador de las grandes revelaciones. ¿Acaso algo así no puede ocurrirle a cualquiera, en cualquier momento, a la vuelta de una esquina?
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