Este es uno de los grandes libros producidos por la Rusia de la Revolución: que la Rusia de la Revolución estuviera a punto de no dejarlo salir ya dice mucho en su favor. Con una prosa certera, ajustada, poca amiga de excesos y redobles de tambor, el periodista Isaak Bábel consiguió, hilando estampas y relatos de su experiencia durante el conflicto entre Polonia y Rusia en 1919, producir un libro de innegable modernidad y potencia. Los jerifaltes soviéticos le afearon que no cantara la grandeza épica de la Nueva Rusia y fijara su atención a menudo en detalles que consideraban insignificantes: rostros de ancianos a los que la guerra les pasa por encima sin que sepan qué tienen que ver ellos con conflictos de fronteras, enemigos que también parecen humanos, miserias en el pelotón de soldados rusos. No es extraño que las autoridades militares soviéticas considerasen el libro de Bábel obsceno: obsceno significa lo que debe quedar fuera de la vista por ser de mal augurio. Y a eso se dedicó Bábel, con su prosa afilada, atenta a los detalles nimios, recaudando a través de sus propias experiencias personajes y situaciones con las que elaboró un espléndido artefacto que, un siglo después de acontecidas las historias que lo pueblan, sigue latiendo con la misma efervescencia. Bábel, que fue uno de los escritores a los que Gorki más protegió, consiguió que su libro saliera adelante y su éxito internacional le deparó una posición de privilegio durante algunos años. Pero ningún privilegio era lo suficientemente protector en la Rusia de Stalin si uno no estaba dispuesto a acatar todos y cada uno de los dogmas impuesto por las autoridades, tanto políticos como estéticos. Una vez que se declaró la famosa purga contra los intelectuales, Bábel supo que sus días estaban contados. Su libro tuvo que padecer un purgatorio del que acabaría saliendo muchos años después para instalarse en el centro de la literatura soviética del siglo XX como una de sus obras indispensables. J. B.
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