Durante las dos últimas décadas, en Estados Unidos se ha asistido a un curioso misterio estadístico: la pobreza aumenta, el crimen disminuye y la población reclusa se duplica. Sin embargo, no todo el mundo pasa por la cárcel. Gracias a un sistema judicial diseñado a la medida del nuevo culto a la riqueza y el poder, la gran mayoría de los delincuentes de cuello blanco han logrado eludir la cárcel desde que empezó la crisis financiera, mientras que pobres y miembros de minorías étnicas acaban en prisión de manera casi automática. La desigualdad de ingresos se traduce en desigualdad ante la justicia cuando analizamos quién es objeto de persecución penal y quién no. El fraude de las clases privilegiadas se lleva por delante el 40 por ciento de la riqueza mundial, pero nadie va a la cárcel.
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