Los cuentos de Eric Nepomuceno trabajan hasta la desnudez el destino inmutable, cruel y devastador. En las piezas de Bangladesh, tal vez el tiempo ha erosionado las esperanzas juveniles, las guerras y los exilios han roto la felicidad precaria del pasado y los individuos comprenden que la amargura y el desencanto han invadido sus vidas. Los escenarios exudan melancolía: la lluvia, el frío y la vacuidad invaden el espacio concreto y emotivo. Los narradores acentúan con el anonimato la universalidad del dolor y el abandono. La riqueza narrativa se concentra en las vanas especulaciones de voces solitarias, los reencuentros destinados al fracaso, la espiral de la fatalidad. A la violencia extrema de los primeros relatos, a la ciega brutalidad de la guerra y las masacres sucede el apaciguamiento, la aceptación progresiva de lo que quedó tras el paso de la destrucción. La vida emerge de nuevo, sin grandes ilusiones, en busca de una felicidad íntima, personal. Pero incluso esta modesta aspiración parece destinada al fracaso y el hombre a una soledad sin remedio en un mundo en ruina. Es la condición del hombre posmoderno, magistralmente retratada con el estilo conciso y sin adornos de uno de los más grandes escritores de Brasil.
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