En Bajo toda la lluvia del mundo se dan cita hombres y mujeres comunes, reyes, emperadores, niños, traductores, artistas y vagabundos. Fijados a un recuerdo e imposibilitados para olvidar, los personajes de estos magníficos relatos muestran que la condición básica del ser humano, arrojado por Dios en esta tierra, es la soledad.
Una pared es el límite físico que separa y a la vez protege del afuera, de la realidad; también, una ventana ficticia que promete un contacto con el exterior. En estas historias pobladas de vacíos, de incomunicación, de gritos ahogados, de intemperie, aparecen retazos, fragmentos de vidas ajenas, muchas veces enajenadas de la realidad. Son las astillas de una incesante y vertiginosa búsqueda de interioridad que acaso facilite la inserción en un mundo incomprensible, sufriente y lleno de limitaciones.
La mano tendida hacia el otro, la necesidad de correspondencia y el intento de desentrañar los designios de Dios no alcanzan para superar el dolor de estar vivos. Los seres que pueblan estos relatos, modulados por el lenguaje y la capacidad reflexiva, interrogan ese límite incomprensible entre la salvación y el peligro de perderse sin remedio en sí mismos.
Después de varios años desde la publicación de Solemne y mesurado (1990), su primer libro de cuentos, Hugo Mujica nos sorprende con estos inquietantes relatos en los que exhibe, una vez más, su potente capacidad para sondear secretos del alma y su extraordinario talento como escritor.
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