Hace algún tiempo que el autor tomó una decisión que, a estas alturas de nuestra empobrecida civilización, no puede sorprendernos. Resolvió aplicar nada menos que el ojo estético al cuerpo humano deshecho, mutilado, hecho trizas, iniciando su tarea por la parte más acreditada de nuestra fábrica somática: la cabeza.
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