Édith Giovanna tropezó con su destino una tarde de 1935 cuando, con apenas veinte años, cantaba por las calles de Pigalle para sacar unas pocas y piadosas monedas de los viandantes. La escuchó Louis Leplée, el hombre que le daría un nuevo apellido y la oportunidad de debutar sobre el escenario de un cabaré parisino. Por fin, tras una infancia y una primera juventud en las que no había faltado ni un solo ingrediente del melodrama, el movedizo baile de la suerte parecía premiar al pequeño gorrión con sus favores. Y fue sin duda generoso, porque Édith Piaf, la mujer que nació de aquel encuentro, viajaría hacia la gloria francesa y universal con una voz donde parecían vibrar todas las cuerdas de la vida. Unos meses después de la escena antes descrita, Leplée muere asesinado y la policía interroga a su protegida como improbable sospechosa. Después vendrán otros mentores, y también desgarrados amoríos y célebres amantes y dolorosas tragedias aéreas o terrestres y demasiado alcohol.
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