La novela empieza cuando Arturo asiste al entierro de su padre. Aunque la familia y los amigos lloran al difunto, el protagonista no consigue sentir pena por esa muerte, y esa culpa terminará por conducirlo al mismo vicio que mató a su padre. Su vida se volverá un lento laberinto en cuyo centro reposa la amenazante bestia del alcohol, de la que busca huir, pero a cuyas garras regresa por falta de voluntad, por la herida moral que lo atosiga. Rondará por los bares de Oaxaca, por las calles y parques de la Ciudad de México, viajará por carreteras y caminos de terracería para perder de vista aquello que lo atormenta: la creencia de que él es el verdadero culpable de la muerte de su padre. Alucinaciones, sueños premonitorios, recuerdos aciagos, sentimientos desoladores. Esta novela narra la caída de un hombre que se ve atrapado en el alcoholismo, y nos conduce a través de un calvario que se teje poco a poco, en cada trago y cada mala decisión, en cada noche de insomnio y cada pozo de desesperación que Arturo intenta paliar con más alcohol.
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