La oscuridad comenzaba a rodear las provincias y entraba en cada una de las casas como la novena plaga de Egipto, cuando Ra también había perdido una guerra contra la oscuridad. Las personas cerraban puertas y ventanas. Las calles de Santiago de Cuba estaban desiertas y en la casa de los Matamoros, la servidumbre se santiguaba y rezaba por la criatura que llegaría al mundo en medio del eclipse de sol más representativo para la historia de las ciencias en el siglo xx.
Solamente, y mientras todo el mundo corría a esconderse, en todas las regiones tropicales donde se vería el eclipse, en el bosque de La Habana, un hombre acompañado de un vidrio ahumado, una vela, un espejo y una libreta con ecuaciones matemáticas, gritaba y danzaba de felicidad, exclamando: ¡Él tenía razón!
Ambientada en un programa de salsa, en la agitada ciudad de Nueva York, cuando apenas despuntaba la palpitante década de los años 80. El eclipse de sol de 1919 que sustentó la teoría de la relatividad, planteada por Albert Einstein y algunos acontecimientos de la Revolución cubana, son el escenario en el que se desarrolla esta novela, entre los días finales del verano indio de 1983 y los primeros signos de un nuevo verano indio, en 1984.
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