Audaz. Hermano mayor de un chico con síndrome de Down. Homofóbico. Homosexual. Inconforme. Mexicano. Norteño. Progresista. Promiscuo. Punk incorregible. Resentido. Romántico de clóset. Sensible. Suicida. Señalado entre los señalados… una maraña de adjetivos que resaltan algunas de las características del autor, pero ninguno es tan congruente como la necesidad de denunciar la farsa y confrontar a aquellos activistas, autocondescencientes, pro derechos humanos. La fantasía gay existe y Bruciaga no se la cree, la señala y la cuestiona, la envuelve y la sentencia igual que los mismos tres acordes que el punk rock usó para re configurar la música pop. Para Wenceslao, el púlpito está en los moshpits y en el slam, en la lírica irreverente y el sudor gordo de la música que lo acompaña. Esta selección de crónicas desmantela puntualmente los múltiples y variopintos clósets a los que hay enfrentar(se) para ser enteramente libre en una ciudad, en un país. Wenceslao lucha día a día por quitarse investiduras impuestas e inercias sociales con proto tendencias integracionistas. La voz que relata busca descolonizarse de aquello que le imponen desde su sexo, su familia, su entorno, hasta la misma comunidad lgtbi. Wenceslao objeta de manera directa -con el pecho inflado, la espalda erguida, el mentón trabado y los puños crispados- a quienes favorecen la diversidad siempre que ésta pueda encasillarse dentro de los límites preestablecidos en las preferencias pequeñoburguesas del buen gusto; que al final lo único que consiguen es discriminar al discriminado. Bruciaga les pone la otra mejilla, mientras escucha y demanda ser escuchado, parado de lado, blandiendo el cuchillo, listo para defender su postura a través de la palabra o el puñal.
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