Daniel, narrador poco fiable, realiza en estas páginas una confesión hipnótica que sólo puede escribir los domingos. Sólo ese día queda libre del yugo de su patrona, la millonaria Donatienne Chambray, y de las capacidades de cognición aumentada que ella ha mandado instalar en el cerebro de su empleado para que escriba de forma eficiente las memorias que le garantizarán gloria y fama antes de la catástrofe, proceso al que ella y su grupo de sirvientes, seres abandonados por la sociedad, sobrevivirán en el retiro.
En el porvenir imaginado por la brillante escritura de Gaëlle Obiégly, la idea de la revolución ha cedido el paso a la aceptación de un desastre capaz de provocar cambios inevitables: el colapso de las comodidades humanas, el fin del dinero, la llegada del homo sapiens poshumano. Y sin embargo, además de funcionar como cronista subordinado del poder, Daniel también nos sugiere otra cosa, «algo muy serio y al mismo tiempo para nada serio»: que la libertad no es un bien difícil de perder, que la humanidad encuentra maneras, tan bellas como absurdas, de resistirse a su propia autodestrucción.
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