El Agrio es Bruno, y la narradora, quizá para su desgracia, se ha enamorado de él. Mucho más: se ha vuelto loca por él. El Agrio siempre llega tarde a las citas y no suele informar de sus planes, tiene una Leica, es muy dado a los accidentes, deshace los envoltorios con sumo cuidado y estudia japonés. El Agrio es uno de esos espíritus dotados para apreciar la belleza de lo cotidiano: el papel pintado de un viejo restaurante, las pegatinas de las naranjas, la porcelana de una taza… El Agrio tiene una delicada relación con los objetos, pero es algo más descuidado en las relaciones con los seres no inanimados y no valora las atenciones de nuestra encantadora y rendida protagonista.
Valérie Mréjen analiza esta historia de amour fou como un médico forense que estudia la escena de un crimen, pero será el lector quien tenga que extraer las conclusiones: muchos se reconocerán en las peculiaridades de esta relación imposible llena de contestadores automáticos averiados, degustaciones de quesos y regalos por correspondencia. Irónica, mordaz y divertida, El Agrio es un pequeño tratado sobre los meandros que puede llegar a trazar el sinuoso río de la expectativa amorosa.
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