Dos breves textos que trazan un retrato de los rostros múltiples pero intercambiables de la opresión; una genealogía de algunos de los conflictos que aún hoy nos sacuden. En A lo lejos el cielo del sur, Joseph Andras empieza a andar por París persiguiendo a un fantasma; el de Nguyên Ai Quôc, un joven vietnamita que llegó a la ciudad en 1917, o en 1918, puede incluso que en 1919, y cuyo nombre han olvidado los mismos que recuerdan el nombre que tomó más adelante: Ho Chi Minh, líder independentista y emblema del comunismo. Mientras busca al rebelde que precedió al revolucionario, Andras rescata al hombre, con sus fracasos y titubeos, y rechaza al héroe, la figura en blanco y negro; y, en el París de los chalecos amarillos, las huellas que encuentra (en archivos, en edificios antiguos, en placas en calles poco transitadas) se mezclan con las huellas de otras luchas.
En Así les hacemos la guerra (el segundo de los dos títulos que incluye este volumen) las luchas son distintas, pero en realidad son las mismas, aunque, a modo de los tres episodios de un tríptico, se extiendan a lo largo de varios países y de un siglo entero: en el Londres de 1903, la vivisección de un perro con propósitos experimentales despierta algunas de las primeras protestas animalistas, que se topan con las resistencias de los estudiantes de medicina pero acaban desembocando en un juicio pionero; en 1985, en California, el Frente de Liberación Animal rescata a Britches, un macaco al que se ha cegado para probar el funcionamiento de un sónar; en 2014, en Charleville-Mézières, en cambio, es una vaca la que parece rescatarse a sí misma, saltando junto con su ternera del camión que las llevaba al matadero para emprender una huida frenética por las calles de la ciudad.
Estas dos piezas dibujan un retrato de los rostros múltiples pero intercambiables de la opresión, en un continuo donde el colonialismo, el racismo, el machismo o la explotación animal funcionan según la misma lógica perversa: la de, falazmente, «determinar lo superior y lo inferior» y permitir que lo primero se imponga con violencia a lo segundo. Una lógica a la que Joseph Andras se opone rescatando realidades históricas apartadas a través de un estilo espléndido: su voz sobria pero firme, de un lirismo contenidísimo que alterna la ironía y el sano escepticismo con una indignación perfectamente dirigida, escribe aquí algunos capítulos memorables de la historia de los olvidados, y traza una genealogía de los conflictos que aún hoy nos sacuden.
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