El fin de siglo ha prodigado las revisiones del canon literario. Recogiendo el desafío de la fugacidad del juicio y el gusto literarios, Ortega se anima a proponer aquí no los “mejores” poemas, sino los “grandes”: aquellos que son o serán memorables, pero que sólo tienen sentido porque siguen construyendo, desde la lectura, este presente cuestionado, este futuro imaginable y quizá compartible.
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