Una herencia inesperada cae en el tranquilo y retirado hogar de la familia Roland en Le Havre: un antiguo amigo de París, donde el señor Roland era joyero, deja toda su fortuna al menor de sus dos hijos, Jean, de veinticinco años, recién licenciado en Derecho. El mayor, Pierre, médico que aspira a instalarse y tratar a una clientela distinguida, recibe la noticia con cierto estupor, pero también con resignación. Sale a pasear y, al ver la luna salir por detrás de la ciudad, murmura: «Ahí queda eso. Y nosotros preocupándonos por cuatro cuartos». Pero esos «cuatro cuartos» que ha recibido su hermano y no él no tardarán en alterarle los nervios, en golpear su «sensibilidad», en despertar el rencor, la envidia, el odio y la vergüenza, y en empujarle a actos violentos y desesperados. Pierre y Jean (1888), que se abre con un prólogo titulado «La Novela» que es un clásico entre los textos teóricos del realismo, es uno de los grandes estudios de carácter de Maupassant, donde el personaje principal, según señalaba Italo Calvino, «renueva, de interrogante en interrogante, de acceso de ira en acceso de ira, la toma de conciencia de un Hamlet, de un Edipo».
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