Imágenes para imaginar
Las historias que guardan los libros no son verdaderas. Aun cuando describan un hecho constatable, la ficción aparece como la aguja que urde la trama. No hay que decepcionarse, al contrario. El poder de la literatura catapulta miles de palabras dentro de nuestra cabeza para que puedan ser, como son las cosas que miramos. Éstas y las otras pierden distinciones para difuminarse en el fértil campo de la fantasía. ¿Por qué no dejar entonces que la fantasía sobrepase los límites de lo conocido?
El libro de Alberto Chimal (Toluca, 1970) da cuenta de algunos de los “dos mil y trescientos y setenta y cinco pueblos que en su conjunto son la Gente del Mundo”. ¿Qué mundo? Uno donde no se vive como en el nuestro, o tal vez sea el nuestro y así se haya vivido en otro tiempo. La verdad, si la hay, no se sabe. Se habla, entre tantos más, de los tenghanos (“Los Que Tenemos”), quienes recogen todo lo que a su paso encuentran, acumulando gran peso en la espalda, hasta que la muerte los sorprende; de los janr (“Los Que Preservamos”), que embalsaman a sus muertos para nunca enterrarlos, obligándose a sí mismos a marcharse cuando ya nadie cabe en la ciudad. Alternando con relatos como los anteriores, aparecen las descripciones de láminas atribuidas a Auko la Ignota. Cada una se presenta dentro de un pequeño cuadro de la siguiente manera: “Colgados por los pies, una mujer y un hombre se besan”. Enseguida podemos leer una nota en lengua extraña y su respectiva traducción: zohawy ("Los Que Acaso Dubitamos"). Al final del libro hay tres apéndices que intentan explicar la procedencia de lo que hemos leído, pero sólo intrincan más nuestras dudas.
La lectura de Gente del mundo nos recuerda el quehacer borgeano, sobre todo por las laberínticas citas a pie de página, cuyas referencias son una lluvia de nombres desconocidos, entremezclados con tintes de realidad, o las fantasías de Calvino donde un hombre partido por la mitad puede vivir siendo dos y un caballero inexistente puede manifestarse sólo por su armadura. El libro mismo, sometido ya a varios cambios por Chimal, nos ofrece una versión distinta de lo que fue al inicio, por lo que indagar en su interior es como comenzar a andar un camino que va más allá de sus páginas.
La afición por el relato breve, la escritura a partir de una imagen y la ausencia de límites imaginarios, se confirman como aspectos capitales del estilo de Chimal. Gente del mundo obliga al lector a introducirse en la fantasía, a no pasear simplemente la vista sobre las palabras y a dejar, por un momento, de lado las verdades absolutas —si piensan que las hay—. Finalmente, no siempre dudar es malo. Me parece.
«Reseña escrita por Gamaliel Valentín González, El Péndulo Perisur»
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