En estas dos cartas de Malcolm Lowry -una al primer editor de Bajo el volcán, la otra a un abogado- traducidas por Sergio Pitol, podemos rastrear el genio infinito de uno de los narradores más parcos y, al mismo tiempo, más potentes y obsesivos de la narrativa del siglo XX. La carta dirigida a su editor es una suerte de rueca en la que vemos a un Lowry demiurgo de sí mismo y de su obra: "Pues el libro (Bajo el volcán) ha sido diseñado, contradiseñado y soldado de tal modo que puede leerse un indefinido número de veces, sin agotar todos sus sentido, su drama o su poesía; por ello deposito en él mis esperanzas", Evidentemente Lowry sabía lo que había escrito, pues -se enterará el lector- lo que empezó como un cuento, terminó siendo una novela reescrita infinidad de veces, como nos lo dice Juan García Ponce en un prólogo que rescatamos en esta edición y que fue publicado por primera vez en Argentina en 1967.
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