La periodista y escritora checa Monika Zgustova, ofrece en Vestidas para un baile en la nieve, un interesante trabajo de periodismo de investigación sobre la situación de la mujer en los campos de trabajos forzados soviéticos que formaban parte del sistema represivo denominado Gulag. Utilizados al máximo durante las brutales purgas del terror estalinista, se ha descrito ya con amplitud y detalle el trato inhumano que recibían los prisioneros varones. En cambio escasean las referencias a los sufrimientos padecidos por las mujeres que fueron sometidas a los mismos métodos de tortura.
La autora ha entrevistado en Moscú, Londres y París a nueve de estas víctimas femeninas, ocho de las cuales pasaron bastantes años prisioneras en los campos del Gulag, en Siberia y otras zonas del Círculo Polar Ártico. La novena superviviente, nació y vivió su infancia en uno de estos campos, donde su madre cumplía una condena impuesta por motivos ideológicos. Las declaraciones de cada una de ellas reflejan, en términos bastante parecidos entre sí, un drama humano doloroso hecho de increíbles privaciones de ropa y alimento, constantes agresiones a la dignidad personal y violentos maltratos, además de quedar obligadas a realizar trabajos que superaban con mucho su capacidad física. Sin embargo, todas lograron sobrevivir donde muchas otras no lo consiguieron, gracias a su fuerza de voluntad y a su capacidad de encontrar razones para resistir cuando parecía imposible hacerlo. Como afirma una de ellas, en el Gulag descubrió la realidad del mal que todo lo destruye pero también la presencia de la mayor bondad posible. Estas sensaciones le permitieron alcanzar un conocimiento profundo de la vida y de la amistad solidaria que se encuentra en un campo de concentración y que apenas puede imaginarse fuera de él. Los recuerdos que la autora recoge encierran rencor, e incluso odio, pero también ternura resaltando cómo en situaciones extremas es cuando más se manifiesta lo peor y lo mejor del alma humana. Ninguna de las protagonistas denuncia los principios materialistas y ateos del marxismo, que más bien comparten, sino la forma en que los dictadores soviéticos los llevaron a la práctica. Muchos años después de tan amargas experiencias, sus testimonios transcritos por la autora con estilo cuidado salvo algún error debido a que su lengua nativa no es la española, resultan impactantes por su sobrecogedora sobriedad. Con frases escuetas logran expresar un inmenso dolor y un abismo de carencias materiales y afectivas, y subrayar que todo ello obedecía al capricho de unos tiranos que gozaban haciendo daño.
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