La soberanía de la que hablo tiene poca cosa que ver con la de los Estados, la definida por el derecho internacional. Hablo en general de un aspecto opuesto, en la vida humana, al aspecto servil o subordinado. En otro tiempo, la soberanía perteneció a aquellos que, con los nombres de jefe, de faraón, de rey, de rey de reyes, desempeñaron un papel de primer orden en la formación del ser con el que nos identificamos, del ser humano actual. Pero perteneció igualmente a las diversas divinidades, una de cuyas formas es el dios supremo, así como a los sacerdotes que las sirvieron y las encarnaron, que a veces formaron una unidad con los reyes; la soberanía perteneció, finalmente, a toda una jerarquía feudal o sacerdotal que sólo presentó con aquellos que ocuparon su cima una diferencia de grado. Pero también: pertenece esencialmente a todos los hombres que poseen y nunca han perdido del todo el valor atribuido a los dioses y a los «dignatarios».
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