Sobre la "gran literatura fémina" del siglo XIX
Cada época cuenta con su novelita de moda, la que muchos llevan por la calle bajo el brazo, claro está, con el título muy visible. Varias de estas obras son enaltecidas por las adulaciones de la publicidad y las opiniones huecas del tipo: “imperdiblemente asombrosa”, “el libro del año, millones de copias vendidas”, “la historia que ha conmocionado al mundo”, etc. Tristemente, el tiempo se encarga de ponerlas en su lugar. A este respecto, la crítica de Eliot es dura, directa y severa.
A la autora inglesa le enfadaban las escritoras estúpidas —así las llama en su ensayo— que un buen día decidieron hacerle al mundo entero el gran favor de revelarle la verdad de la vida, o sea, la que ellas poseían. A su juicio, una buena cantidad de la producción literaria femenina de su época resultaba inverosímil, debido a que tanto los personajes como los conflictos que éstos desarrollaban estaban excesivamente idealizados. De modo que los diálogos, además de sosos, carecían de variantes discursivas, dando como resultado que los criados emplearan las mismas palabras que los patrones, por ejemplo.
Las novelas tontas de ciertas damas novelistas pone en evidencia la falta de ingenio y conocimiento de la tradición literaria por parte de ciertas autoras cuyas obras se nombran sin mayor problema. De entre éstas, prácticamente ninguna ha logrado la difusión que sí ha conseguido la obra de Eliot; las otras simplemente fueron aves de paso y nada más. Novelas que cautivaban a lectores de pocas luces, que confiaban ciegamente en la “sabiduría” de quien las escribió; pero que resultaban endebles ante la crítica experta.
Mary Ann Evans (nombre verdadero de George Eliot) calificó a las novelas tontas como de “artimaña y confección”. Las artimañas consistían en utilizar expresiones o ideas de personajes conocidos como Cicerón o Virgilio para dar la impresión de que el contenido de tales obras era de gran valor. De acuerdo al tipo de tontería abordada en una novela, ésta podía situarse en otra subcategoría, por ejemplo las de “oráculo”, en las cuales la autora daba una cátedra de filosofía capaz de contravenir al mismo Sócrates. Otro ejemplo son las de “toquilla blanca”, donde se trataba de revelar un misterio religioso por medio de argumentos que lograban desconcertar al lector, pero por sus deficiencias narrativas. Eliot —sarcásticamente— no podía entender cómo era que una novelista que empleaba tan bien las cursivas y las mayúsculas no fuera capaz de confeccionar una buena novela.
Desde la publicación de esta obra, en 1856, la polémica en torno suyo no ha cesado. No se trata de un texto de crítica de género; al contrario, en él se juzga la labor de algunas escritoras que, con la intención de dárselas de letradas y cultas, lo único que lograban era hacer creer que las mujeres eran unas tontas llenas de fatuidades. A estas escritoras y aspirantes a serlo, Eliot recomendó recordar y tener en cuenta la fábula de La Fontaine sobre el burro que con acercar el hocico a la flauta aseguró que él también era capaz de tocarla.
A pesar del tiempo que ha pasado desde que este ensayo apareció, goza de una gran actualidad, es por eso que merece la pena su lectura. En este tiempo en el que el marketing está muy ligado a las labores editoriales, y las novelas escritas “al vapor” no son pocas, la pregunta que surge es: ¿qué atractivo hallan los lectores en éstas? Una posible respuesta se halla en la introducción a Las novelas tontas de ciertas damas novelistas: “Las mujeres buscan hombres que aún no existen. Los hombres buscan mujeres que ya no quedan. Y las novelas románticas hacen realidad ambos sueños”.
«Reseña escrita por Gamaliel González, El Péndulo Perisur»
Punzante, entretenidísima y profundamente lúcida, George Eliot parodia las tópicas novelas que dominaban los listados de ventas de su tiempo, con sus encantadoras y hermosas heroínas, y sus previsibles y azucarados finales.
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