La hoguera donde un día de febrero de 1600 fue ejecutado Giordano Bruno tuvo la virtud de hacer de él un símbolo, un gran símbolo incluso: el del librepensador perseguido por el oscurantismo y la intolerancia. Pero la llama que hizo brillar al mártir fue la misma que oscureció al filósofo, comprimiendo su obra en la angosta forma de los lemas. Mitificado, reducido a un rasgo emocionante, Bruno ganó en proyección, pero ya era un Bruno esencialmente mutilado. Interpretaciones correctas y no incompatibles, tanto la idealista como la materialista; pero el Bruno que a mí me interesaba, y que aún sigue interesándome, es otro: es el Bruno de los métodos de la memoria, el del idioma de la imaginación; en una palabra, el Bruno mágico.
Por eso, a la hora de hacer una selección de sus escritos, juzgué que las páginas latinas de magia y mnemónica debían figurar junto a las italianas de metafísica y cosmología. De no haberlo hecho así, el retrato intelectual de Bruno habría resultado incomple
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