No hay en estos poemas lugar para la auto conmiseración ni para la autoindulgencia porque si de alguien somos enemigas es siempre de nosotras mismas. Sin embargo, aprender a tratarse con ternura es aquí una de las tareas más urgentes, que Luna logra sin caer en los dogmas y los slogans de las trampas del individualismo neoliberal; los resquicios para la suavidad se disponen como una piel nueva para el mundo: un espacio para las amigas, para las compañías no-humanas, y para inventar nuevos modos de parentesco y de familia.
Mis amigas están cansadas, de Iveth Luna Flores, nos lleva en un viaje preciso, sus versos saben el lugar que ocupan en el mundo y entregan desde ahí una poesía inconforme y descarnada, una poesía nítida que nos hace sentir la incomodidad de quien ha encontrado las palabras exactas para nombrarse —y, con ella, nombrarnos— a partir de muchas sesiones de psicoterapia y autoanálisis.
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