El verano de 1995 comienza como cualquier otro. Entre las tardes en la piscina, las noches inundadas por el sonido de los grillos y el aroma de los limones, los minutos pasan deprisa. Hasta que llega el día que todos ansiaban: la acampada cerca del embalse que marca el fin de las horas de sol, tradición que mantienen desde hace cuatro años. Pero esta vez tendrá un sabor agridulce: todos comenzaran el último curso en el instituto y saben que no volverán a vivir un verano igual.
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