El fútbol es un juego; la literatura, otro y, por pelotas, ambos dos están condenados a entenderse. Desde que los chinos inventasen tan glorioso deporte han sido abundantes los guiños que los plumillas hemos dedicado al balompié. En la antigüedad clásica, griegos y romanos jugaban con una vejiga de buey inflada a pulmón y envuelta en trapos. Antífanes, en su teatro, manejaba expresiones como "pelota larga", "pase corto" o "pelota adelantada". Shakespeare recurre al fútbol en su Comedia de los errores y también lo hace en el Rey Lear. Maquiavelo jugaba al fútbol en Florencia y Nabokov lo hará en Rusia, de portero, puesto literario donde los haya y que también ocuparía Albert Camus en Argel. Incluso el escritor Peter Handke utilizó una metáfora para explicar una posición en la vida a partir de una posición en la cancha de juego. El miedo del portero ante el penalti. Y de seguir con los guardametas, cómo no recordar a aquel marinero en tierra, Rafael Alberti, que brindó uno de sus primeros poemas al guardameta Platko...
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