Esta fábula necesita muy pocas precisiones. La transformación de las personas en otros seres es un lugar común que se repite una y otra vez. Es inútil dar cuenta de esto, ni siquiera por ejemplo; baste recordar, si alguien piensa que el interés ha decaído, los nombres de S. Lee y C. Claremont.
Tal vez en la época clásica esta inclinación al cambio fuera más evidente; para los griegos, se trataba sobre todo de gente que se convertía en estrella, en constelación, o en otros fenómenos luminosos; los romanos preferían a los pájaros.
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