Si alguien aduce que neolenguas hay muchas, habrá que acep¬tarlo de buen grado. Saltará pronto a la vista, con todo, que la que en estas páginas nos interesa es la más vulgar de las neolenguas, aquella que, de carácter políticamente manipu¬lador, y no sórdidamente tecnocrático, obedece a un objeti¬vo preciso: el de evitar que comprendamos lo que ocurre por detrás de las palabras ocultadoras que emplea o, al menos, el de conseguir que percibamos los hechos con lentes llamati¬vamente distorsionadoras. En la trastienda se ha impuesto la certeza de que las grandes mentiras son mucho más fáciles de imponer que las mentirijillas.
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