Con las Oraciones filípicas, Marco Tulio Cicerón pronuncia, consciente y sin medirse, palabras de autosacrificio. Con ellas, emprendió la lucha por librar a Roma de ladrones y dementes que la asolaban al amparo de Marco Antonio, el cónsul en turno, es decir, el hombre políticamente más poderoso en los días históricos de estos discursos. Con los habilidosos argumentos de esta Cuarta filípica, el orador incitaba a los ciudadanos romanos a que se solidarizaran en la causa para castigar a Antonio y a su familia. Pero también con valentía, acaso con arrogancia, se erigió en el único responsable de aquello que significaba la esperanza de recuperar la paz.
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