Un cuentista es un gato: una noche es un grito que representa todos los gritos y la siguiente un misterio que se representa a sí mismo. Así es Miguel Tapia. Un ser agazapado en el obturador que se desdobla en historias que sutilmente lo envuelven todo: la música, la violencia, el sexo y la bugambilia que ahora es estación de tránsito de todas las mariposas amarillas del mundo que vuelan sobre Latebra Joyce. Los cuentos son suaves, atemperados, correctos. Personajes, jóvenes en su mayoría, que tienen la brújula averiada o en el bolsillo. En el fondo, cada cuento, y son ocho, es un deseo irrealizable, una muestra muy fina de que la vida no es clara ni fácil de llevar. Una emoción que se comparte nos deja libres pero a merced de cifras desconocidas. Los hilos del mundo se han roto y nadie sabe cómo restaurarlos. Tapia entrecruza territorios. Realismo y fantasía se acomodan para verse la cara en una escalera, un bar o una calle empedrada. ¿Qué necesita para pasar unas vacaciones en Trescaballos? En una página de este libro, leída a cierta hora de la noche, encontrará la clave.
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