El vacío no es un mal contemporáneo sino la evidencia de la inadecuación de los sistemas e instituciones actuales para la vida humana. ¿Por qué debemos aparentar que nuestras vidas son plenas y que todo lo que hacemos tiene un motivo congruente con nuestras aspiraciones más profundas? ¿Qué podría sucedernos si rompemos la inercia? ¿Hata qué punto nos permitiríamos ver más allá del cristal de nuestra fantasía? ¿Qué se destruiría si reconocemos en actitud egoísta? ¿Acaso se acabará el mundo si nos asumimos imperfectos, inacabados, perturbables y vacíos? Es oportuno resignificar la ausencia y dejar de temer al vacío para, desde él, proveer nuestras alternativas de vida, de pensamiento, de oportunidad, de consideración. Más que observar al vacío como algo que debe ser llenado, ocultado o enfrentado, se le puede concebir como una posibilidad óptima.
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