Camarada onírico o encarnación del subconsciente, destinatario de postales que hablan de la extrañeza del mundo, el amigo al que la autora dirige estos poemas sirve de ancla incierta pero entrañable en el ir y venir de una voz: la de quien recorre el mundo en derivas vitales y literarias, a través de las rutas de la imaginación y los países ajenos. Paisajes que mutan ante la mirada de quien intenta registrarlos, manifestaciones políticas que interrumpen en el trazo urbano, ruinas que se derrumban sobre el fervor de los turistas. Un camino sinuoso, erizado de rareza y vibraciones del lenguaje. Una bitácora de viajes, fragmentos de otredad y alucinaciones dispersas. Un perro, cojo en el centro del libro, trotando sobre presencias y ausencias. La poesía como vía de descubrimiento, principio de incertidumbre que conlleva sorpresa y dicha. La poeta nos ofrece una pista de todo esto al decir: Estoy aprendiendo: es el mundo, el mapa del mundo.
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