«Confieso que llegué a desvariar en la terca obstinación por sentirme viva, llena, grata, en compensación, sin posible retorno. Filosofía del amor que no pretendo que comprendan ni compartan. Pero, declaro, amé con delirio y de todos gocé. O cuando me expuse y, exponía, a perder la razón que, en los juegos de seducción, siempre se pierde alguna pluma. Probablemente resulta obvio afirmar que me beneficié en salud y que disfruté situaciones sublimes, únicas, irrepetibles, repletas de un placer que rozó el desgarro. Pero, desde las primicias refinadas y exquisitas de la iniciación, a los juegos ordinarios del vicio, como a otras depravaciones, si es adecuada semejante acepción en el universo de la carne, siempre me presté con deleite. De otra manera, no hubiera tenido valor ni interés la entrega. La conquista del hombre empieza en la última embestida, si lo vale.
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