Cazadores de ballenas, carteros, detectives privados, policías, friegaplatos, pinches de cocina, agentes de seguros, contadores, empleados de banco, etc. Personas sin aparente relación entre sus oficios salvo por una cosa: todos ellos estuvieron dedicados al arte de hacer literatura.
“Los poemas no dan el sustento”, nos dice la autora de este libro; frase que sin llegar a ser lapidaria nos lleva a un recorrido ameno y lleno de humor a través de los quehaceres que marcaron la vida y obra de algunos grandes escritores del siglo XX y del cómo estos personajes ganaron al no poder dedicarse exclusivamente a escribir.
Divididos en categorías que van desde los buscavidas hasta los fugitivos, las vivencias de estos escritores son presentadas en forma de viñetas breves que se leen como relatos de ficción, llenos de historias increíbles y anécdotas insospechadas de algunos de nuestros escritores favoritos. Historias a las que no podríamos dar crédito de no ser por la misma literatura que hicieron con sus vidas.
Presentados en una edición de gran cuidado y con la belleza de las portadas de Impedimenta, este libro es una de las mas divertidas formas de conocer lo impensable del oficio de escribir.
Víctor Hugo Fuentes, Condesa
«Trabajos forzados» es una apasionante y amena guía de supervivencia que recorre los modos con que los astros más brillantes del universo literario han ido capeando el temporal del hambre.
Ya sea porque buscaban hacerse ricos, o tal vez simplemente para sobrevivir, los escritores se han entregado tradicionalmente a los oficios más diversos: desde buscadores de oro a carteros, desde soldados de fortuna a industriales, desde contrabandistas de opio a fogoneros en un barco en China; conductores de autobús, verdugos, guardias, vendedores de bisutería? Malraux fue ministro; Jack London sobrevivió como cazador de ballenas en el Ártico. Colette abrió un salón de belleza y Orwell pasó de ser policía en Birmania a vivir lavando platos en Londres. Gorki trabajó como pinche de cocina en el Volga; Saint-Exupéry pensó toda su vida que su verdadero trabajo era el de aviador; e Italo Svevo dejó de ser un gran industrial para poder escribir: le bastaba concluir una línea para sentirse pagado.
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