La inmortalidad del alma, la condena del suicidio y la perspectiva de alcanzar una felicidad eterna, son creencias que han compartido la mayoría de las religiones occidentales, como así también aquellas filosofías que entienden al hombre como un ser que posee, en mayor o menor medida, una naturaleza divina. Negar tal linaje celestial no debería devolvernos una imagen miserable de la estirpe humana sino más bien, y tal como sostiene Hume, nos permitirá preguntarnos una vez más por el justo valor y la meta de nuestras vidas.
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