Mientras que al centrar nuestras miradas en los árboles y la vegetación admiramos la fuerza vital y el crecimiento orgánico de la naturaleza, en las piedras y rocas valoramos ante todo su resistencia. Cuando en nuestras caminatas observamos un macizo montañoso, una roca solitaria junto a una playa, en desierto o en una planicie montañosa sentimos el fugaz contacto de la eternidad. El tiempo parece detenerse, y nosotros nos encontramos en un “presente eterno”, ni el más superficial de los turistas es capaz de resistirse a la magia de las piedras.
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