Libro, una palabra muy hermosa. Buch en alemán, book en inglés y la dudosa biblion en griego. Objeto entre los objetos, instrumento, guía espiritual, monumento —llevado en ocasiones al borde de la exageración y al culto desmesurado—, suscita un hecho digno de atención, basta con pensar en la causalidad que desata: librerías, bibliotecas, libreros, editores, diseñadores, correctores, imprentas, etcétera. Pero ¿cuál fue el destino de este artefacto en la antigüedad? Pues bien, Alfonso Reyes, con la prosa más excelsa, nos da un recorrido a través del mundo clásico: Egipto, Hispania, Siracusa y la mítica Alejandría, para descubrir el extraño universo de la bibliofilia.
"Libros y libreros en la antigüedad" es una exposición clara, amena, erudita sobre la sucesión de hechos provocados por la escritura. Comienza, pues, con los rollos de papiro, donde se encuentran las primeras versiones de la "Ilíada" casi siempre incompleta. Luego tenemos noticias del descubrimiento de códices de pergamino. Aproximadamente en el Siglo V a. de C., en Grecia, hay testimonios sobre los primeros comerciantes de manuscritos. Menandro, Platón, Tucídides, Jenofonte, Sófocles, Herodoto, Aristófanes, Safo, Píndaro, Baquílides, pueblan las etiquetas de algunos ejemplares.
El último capítulo titulado Las antiguas bibliotecas y los antiguos bibliófilos, resulta extrañamente exquisito. Ahí, se cuenta un suceso todavía hoy impresionante: la construcción (300 a. de C.) y caída (47 a. de C.) de la biblioteca de Alejandría.
Al principio, la letra impresa era algo secundario a la palabra oral, es decir, los escritos no recibían la admiración de hoy. Podemos darnos cuenta cómo el pensamiento humano ha cambiado. Las ideas de Pitágoras nos resultan tan inmortales como los textos de Cicerón. Quizá no tengamos que confiar mucho en la famosa frase de la letra mata y el espíritu vivifica.
Reseña escrita por Irvin Payán, El Péndulo Perisur
Este pequeño libro es una magnífica introducción, no exenta de erudición a pesar de su brevedad, a la arqueología del libro y las bibliotecas, privadas y públicas, desde los papiros, cuyo material se importaba de Egipto, a la vitela, en la que se comenzó a copiar en el siglo IV todos los textos de la Antigüedad.
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