Tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial, la industria automotriz va recuperando la normalidad. Las factorías europeas destruidas se van reconstruyendo y las pocas que han sobrevivido intactas al igual que las americanas, vuelven a adaptarse a la producción civil.
Pero la barbarie de la guerra ha dejado al viejo continente devastado y sin mercado. La postguerra es el momento de los utilitarios, autos de bajo precio, pero con las prestaciones necesarias para atraer al público en general y conseguir que acceda al automóvil. Es el momento del Escarabajo, del Renault 4CV, del Citroën 2CV, del Austin Seven y de tantos otros.
En América la situación es distinta, la guerra no ha tocado suelo americano, y las condiciones económicas son diferentes, existe un mercado y los fabricantes, una vez recuperada su capacidad productiva, intentarán deslumbrarlo con autos cada vez más potentes, más grandes y más llamativos, la llega a su apogeo.
La tecnología automotriz absorbe cada vez más los progresos de la aeronáutica, se utilizan los túneles de viento para estudiar la respuesta aerodinámica de los autos, se investiga en la aplicación de turbinas de gas, incluso, en los años de boom nuclear, se diseña un prototipo de propulsión atómica. No dejan de ser meros experimentos, la gasolina todavía es económica y los motores no dejarán de crecer en tamaño y potencia durante la década de 1950.
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