Notre Père, personaje principal de Felonía –una palabra que significa traición–, es un hombre que, devorado por las mismas pasiones que el cura impostor, se enfrenta a su conciencia. A diferencia de él, no refleja en la malversación de los santos su propio rostro. Más cercano a El gran inquisidor de Dostoievski y más perverso en su voluntad del mal que Cenabre, Notre Père hace de dominio: pederasta, que somete a los discípulos de su Congregación, morfinómano, maestro de la simulación, protegido por algunos obispos y cardenales, atrincherado en una doctrina espiritual que, simulando volver a los estamentos y el orden medieval, se alía con el poder de las elites empresariales para hacer de la ciudad de Dios el rostro corrompido del mundo moderno, Notre Père sólo cree en un mundo hecho a su imagen y semejanza, en un mundo donde él reina como un Cristo invertido: “Yo creo en un mundo de órdenes, en un mundo en donde los más inteligentes y aptos impongan la ley… Los hombres la pasan menos mal cuando tienen líderes… cuando han sido domados y sometidos”.
Lo que sin embargo más aterra de Felonía no son los abismos del alma que Prieto explora en su personaje con una profundidad digna de un Cura de Ars, sino que esos abismos están tomados de la realidad misma; sobre todo de la realidad de la Iglesia que custodia la santidad. A diferencia de Bernardos, cuyo Cenabre sólo está extraído parcialmente de la realidad, al leer Felonía no podemos dejar de ver en Notre Père y en sus guerreros de Jesús a Marcial Maciel y sus Legionarios de Cristo. Convocado por el autor, uno de los personajes de Felonía, Notre Père, es un espejo en donde el Maciel de la realidad es enfrentado a su conciencia.
En este sentido, Felonía no es, como las obras que a últimas fechas se han escrito sobre Maciel, una denuncia, sino una exploración de lo demoníaco en la Iglesia a través de uno de sus personajes más inquietantes. A Prieto, como a Bernanos, no les interesa denunciar, les interesa, como profundos cristianos, explorar y develar el misterio del mal en el alma humana y, en este caso, el mal en el alma de la Iglesia.
Por ello, quizá, Felonía es, en la precisión y hondura del drama espiritual que se juega en Notre Père, la obra que mejor retrata al propio Maciel. En su ficción, Prieto logra entrar en donde todos los libros y artículos que lo han denunciado no han logrado entrar: en el vacío de una vida que, al sustituir la santidad, que sólo la caridad vivifica, por una imagen que es sólo el sueño de la ambición, pone en evidencia el pecado más atroz que alguien puede cometer, el que se hace contra el Espíritu.
Si Notre Père es sobrecogedor, si Marcial Maciel ha levantado la polvareda que ha levantado –una polvareda que en Michael Jackson es sólo un remolino de viento, bueno para el consumo morboso de una sociedad sin misterio– es porque en él la santidad muestra el horror indecible que implica su corrupción
Tal parece que Prieto explorara en el alma de Notre Père el misterio de la iniquidad que, según la enigmática segunda Carta a los tesalonicenses, saldrá de la propia Iglesia y que la tradición de los Padres definió con la frase corruptio opitimi cuasi est pesima (“la corrupción de lo mejor es lo peor”).
El mal, cuya presencia es indecible, tiene la misma profundidad, pero en sentido opuesto, del bien –aquello mejor que vino con la Encarnación– del que surgió. De allí el abismo de horror que emana de la presencia de un santo corrompido como Notre Père. Su pecado no es la pederastia –hábilmente argumentada por la experiencia de un padre brutal y una madre abnegada–, ni siquiera sus sueños de santidad, sino su falta de amor, el poder que se le otorgó transformado en el orgullo –tan extendido entre muchos de nuestros prelados– de que la Iglesia, el cuerpo de Cristo, se hace por los hombres y sus poderes y no por su Señor que, reducido a la última de la miserias, hecho pecado, nos rescata en su amor; de disimular la santidad y hacer pasar su corrupción por el bien. No sé si Marcial Maciel, a quien el personaje de Notre Père busca reflejar, sea o no un felón y un impostor. Para que lo sea, sería necesario que fuera totalmente responsable de su mentira, es decir, que hubiese sido engendrado, que tuviera un padre que no es de este mundo, y eso nadie podría saberlo más que él y Dios. En todo caso, el Notre Père de Felonía lo es. La carcajada con la que concluye el examen de conciencia a la que lo somete el autor tiene la resonancia de lo demoníaco, del engendramiento en el mal. En él, la presencia inmaterial del Demonio no parece una posesión.
A diferencia de Dostoievski, cuyos poseídos actúan frecuentemente de manera desconcertante, ilógica y, sin embargo, en continuidad con las agitaciones profundas en su ser; pero a diferencia también del Cenabre de Bernanos, cuyos actos imprevistos e involuntarios son el signo de esa extraña presencia que está allí en el momento en que Cenabre bajo su inspiración, decide abandonarse a ella, en Prieto –es una característica de todos sus poseídos y una característica de las posesiones del mundo moderno que han sucumbido al mayor triunfo del Diablo, hacernos creer que no existe–, los actos de Notre Père parecen guiados sólo por la propia voluntad de mentir, por la lógica de un impecable orgullo, como si el Demonio se hubiera mimetizado a tal grado con el hombre, que ya no se distinguiera su presencia.Notre Père ha llegado a tal perfección demoníaca que su ser y el del Padre de la Mentira parecen confundidos en él. Lo que lo hace aún más aterrador. Que Dios tenga piedad de Notre Père.
Javier Sicilia.
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