M. Teste podía tener cuarenta años. Su hablar era extraordinariamente rápido, y su voz sorda. En él todo se borraba, los ojos, las manos. Tenía no obstante hombros militares y el paso de una regularidad asombrosa. Al hablar no alzaba jamás un brazo ni un dedo: él había matado a la marioneta. No sonreía, no decía buenos días ni buenas tardes; parecía no escuchar el '¿cómo está usted?'
Advertencia: Las existencias de nuestro sistema no son precisas al 100%, por lo que antes de dirigirte a una de nuestras sucursales, te recomendamos que llames por teléfono para confirmar su disponibilidad.