Roland Barthes fue siempre un apasionado del teatro, ya fuera como espectador, como testigo, como crítico o como agitador cultural, y todo eso en una época excepcional, en la que se dibujaron las grandes líneas del paisaje teatral de hoy. Dominados por el modelo de la Grecia antigua y por la revelación brechtiana, los textos de Barthes, tanto los editoriales como las críticas de espectáculos ya imposibles de ver, o los elementos de historia, de teoría o de política, tocan la esencia misma del teatro, en su capacidad de llegar hasta nuestra vida íntima y nuestra existencia social.
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